EL RETRATO DEL INFIERNO

Esta semana no sólo se inició la PSU, sino también los cierres de clases (para iniciar los temidos exámenes), se dan a conocer los zorros y supuestos demenciales testimonios de pinocho, se acelera el día de las elecciones y también se vienen el infierno de las compras.

Sólo de imaginarme repleta de paquetes caminando por un mall, con los pies hinchados y el calor a flor de piel, veo la imagen del infierno. Todos los años me propongo adelantar las compras para bypassear esta tortura, pero mis intenciones sólo quedan como un buen propósito y debo mamarme el calor, el gentío, el gastadero y las peleas con mi marido, por mi indecisión para comprar rápidamente.

Todos los años es lo mismo, como un culto inútil al gasto y el vacío, estoy segura que por eso amo tanto aquella maravillosa cinta "THE NIGHTMARE BEFORE CHRISTMAS" y me identifico tanto con Jack.

Para mí la navidad es el infierno del consumismo, que nos hace bailar como pequeños títeres ante la macabra figura del hombre gordo de rojo y todo lo que representa. No sé cuándo la navidad perdió para mí la magia, probablemente cuando dejé de ser niña y la dictadura del mercado se apoderó de mi voluntad y mi bolsillo.

Mis navidades son más bien melancólicas, viajo junto a mi esposo a la casa de mis padres en el norte, donde también llega mi hermano y mi abuelita, no hay hijos, sobrinos ni nietos con quien gozar, solo el ritual de la envoltura de los paquetes, la rica cena, los abrazos y luego el mensaje de felicidad, la archirepetida entrega de obsequios, la esperanza de que éstos gusten y que la angustiosa búsqueda de regalos haya valido la pena.

Me gustaría una navidad más sencilla, con más significado y sobre todo con más calor de hogar. Tengo una linda familia y me alegro de compartir estas fechas con ellos, pero siento que algo me falta... quizás el ruido de las risas infantiles, rebosantes de alegría al romper papeles y encontrase con sus ansiados regalos.

Probablemente mi fantasma de navidad sea la espiritualidad que traen los niños y posiblemente sea hora de asumir que mi reloj biológico se acelera y babeo cada vez que veo un crío. Las cartas están echadas y sólo debo tomar una decisión, con la cual me cago de miedo. Tal vez cuando la tome mi próxima pascua no sea el retrato vivo del infierno... y ya no vuelva a escribir notas tan amargas.

burtonbk